martes, 10 de noviembre de 2009



Guerra de Malvinas: 1982


Más Horror, Más Muertes


Cuando escuchamos “Dictadura militar”, se nos viene a la mente carteles con rostros de gente que fue secuestrada, torturada, asesinada y desaparecida; madres y abuelas marchando por las calles pidiendo por la aparición de sus hijos y nietos acompañados por un reclamo de justicia: “Cárcel a los dictadores”. Pero nos estamos olvidando de una etapa que también fue parte del horror que se vivió en el último golpe de estado: La Guerra de Malvinas, una guerra que se inició por el capricho del presidente de facto Leopoldo Galtieri y dejó a varios miles de muertos, gente con discapacidades, familias destrozadas por la pérdida irreparable de un hijo, nieto, amigo…

El país era un volcán a punto de hacer erupción. Las aguas estaban tensas entre la población y el gobierno de facto, ya que se acrecentaba las denuncias de corrupción y la oposición hacia el régimen militar. Sin embargo, desde Masera hasta Galtieri, pensaban en recuperar las Islas, pero en el plan que habían creado para recobrar a Malvinas como parte del territorio Argentino, jamás incluyó tener una simple charla entre las partes para llegar a un acuerdo. Por el contrario, se quería demostrar el poder que no se tenía pero que sí se creía tener, y como siempre el que paga es aquel que no tiene nada que ver.

La guerra se inició por la avaricia, la codicia, la búsqueda de poder, la creencia de ser dueños de todo y de todos, debido a que a los militares no les gustaba que “otros” fueran los propietarios de los que le pertenecía o de lo que creían ser dueños, amos y señores y, como siempre, todo lo arreglaron por la fuerza, ya que ven el arrebato como la mejor manera de conseguir lo perdido. Sin embargo, mandaron a unos pobres jóvenes en desarrollo que tan solo conocían la guerra por las películas o por su imaginación a combatir en las Islas Malvinas sin tener el armamento adecuado y necesario, el abrigo propicio para la baja temperatura que caracteriza al lugar y sin brindarle el alimento preciso.

Mientras los jóvenes adolescentes que vieron sus pasos truncados por el llamado obligatorio para presentarse al frente de batalla para disputarse entre la vida y la muerte en una guerra, la gente que se encontraba en Buenos Aires salía a reunirse frente a la casa rosada para gloriar las palabras desafiantes de Galtieri que declaraba “Si quiere venir que vengan, les presentaremos batalla” y se ilusionaban con un triunfo que jamás tuvimos ni íbamos a obtener. Además, se realizaron festivales con motivo de recaudar dinero para enviar a la Isla y así ayudar de alguna manera a los combatientes.

Sin embargo, los argentinos no entrábamos en razón, y seguimos sin hacerlo, y no dejamos de lado la maldita costumbre de no mirar hacia atrás. No nos poníamos a pensar que la información brindada por los medios era manipulada por los militares, quienes eran los que decían que se debía y que no contar, ya que existía una censura. No veíamos que el país estaba en medio de una dictadura que torturaba, mataba, desaparecía a decenas de personas y realizaban actos para ocultarlos, que el único fin era eliminar a la gente que no pensara igual que ellos.



Para peor, todos los presidentes democráticos se llenaron la boca alabando a nuestros ex combatientes pero ninguno de ellos se preocupó realmente en brindarles las comodidades que necesitan para subsistir. La situación y el reconocimiento hacia su persona es pésima y no se los trata de igual a igual, se los ve como a los locos que volvieron de la guerra o como los discapacitados por causa de la guerra, pero ellos tienen vida y familia y necesitan ganarse el pan de cada día debido a que el estado no los recuerda porque sus subsidio es pobre, como la mente y la caridad del pueblo Argentino.



Este pueblo jamás se puso a analizar que toda acción que los militares hacían o planeaban efectuar tal solo tenía el fin de beneficiar a sus allegados y a ellos mismos. Tal vez algún individuo si analizó la situación, pero debía callar y seguir la corriente por miedo a desaparecer o morir, por miedo a que le pase a su familia…no lo sabemos. Tan solo hay algo que no queda en duda, y es que los argentinos somos bondadosos pero a la vez excesivamente “buenudos”, somos demasiado maleables porque no razonamos ni analizamos la realidad sino que nos dan un juguetes, un mundial o un acto heroico y nos olvidamos de los que ocurre y de todas las personas que perdieron la vida en la batalla

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